MISTURA DE RAZAS
En la tarde de un sabado, y casi a regañadientes, decidí ir a MISTURA. Serpenteantes colas de comensales “boqui-babeantes”; humaredas de cajas chinas, chancho al palo, anticuchos, chupes y concentrados, emolientes, chanfainitas; fresquísimos pescados, mariscos, leche de tigre (uno con huancaína tremendamente recomendable); refrescantes jugos, cremoladas, raspadillas y helados; entretenidos sánguches (no sándwiches), tamales, humitas, juanes; engreidores alfajores, chocolates, melcochas, picarones, mazamorra morada, arroz con leche, cachangas, churros multisabor, sanguito y un lugar especialísimo en mi corazón para el ranfañote… enormes fotografías de algunos cocineros peruanos (merecido homenaje), estrados con presentaciones para toda la familia, mercados de productos diversos y actividades por doquier, pasacalles con trajes y representaciones tipicas que hacían alusión a nuestra comida; y la omnipresencia del BBVA. ¿Para beber? ¡Qué pregunta! Un PISCO, pues… o mejor aún: varios…
Dije que fui a regañadientes porque había un solo obstáculo entre mi inacabable curiosidad y el Parque de la Exposición (sede del encuentro): la masiva concurrencia de público. No me gustan los tumultos, ni mucho menos las colas. En MISTURA hay ambos. Pero al final valió la pena y no me arrepiento de haber escuchado las sugerencias de Renzo, un siempre buen “compañero de cubiertos” que ahora, desde Nueva York, literalmente llora por perderse la oportunidad de ir este año. Aunque espero que para el próximo año se elija una sede más amplia.
Y qué tiene que ver esto con la discriminación (que es el motivo de este post que otra vez peca de extenso… ¿cuándo aprenderé?). Pues, todo. Ayer me encontré con casi diez amigos que conocía de distintos lugares. Todos coincidían en dos cosas: primero, me recomendaban un lugar (o si acababan de llegar pedían una recomendación) y segundo, se quejaban de la excesiva cantidad de gente. De la cantidad, no de su condición o raza. Y había gente de todo tipo: negros como las fabulosas conchas negras de EMILIO Y GLADYS; blancos como la leche de tigre del VERÍDICO DE FIDEL; colorados como el concentrado de cangrejo de MI PERÚ o el dulce que acompaña la cachanga de DON FREDY, cholos como la papa rellena de DOÑA JULIANA; “chinos” como el Tacu-Chaufa del MAIDO… pero la mayoría (como es de esperarse) era mestiza: como nuestra gastronomía.
Justo esta semana había leído la noticia publicada en El Comercio en donde “El Ministerio de la Mujer solicitó a funerarias cambiar política de contratación racista” noticia que comenté con un amigo del mismísimo color que la mazamorra morada de ANITA. Le pregunté “¿en verdad, crees que en el Perú hay racismo?” Pensando que me diría no, me tope con una sorpresa cuando me respondió “te voy a decir lo que dicen los orientales cuando en occidente se cuestionan sus costumbres: ‘ustedes jamás podrán entendernos’. Es fácil pensar que no hay racismo, pero un blanco como tú no sabe lo que es crecer escuchando todos los días un comentario racista. No pasa un solo día que no reciba un comentario discriminatorio… sobre todo si voy manejando.”
Sorprendido por su respuesta, sobre todo porque mi amigo no es un afroperuano extremista ni mucho menos, le pregunté, “¿te refieres a las bromas que te hacemos casi a diario?”. Él abrió los ojos y respondió: “con los años aprendemos a desarrollar un sexto sentido que nos ayuda a identificar comentarios racistas y diferenciarlos de las bromas que te pueden hacer en tu entorno. Y por eso, desarrollamos un nivel de tolerancia mayor a las bromas…” “Y en el caso de la noticia”, incidí: “Imagino que sin contestar la pregunta ya intuyes mi respuesta. Hay varias formas de racismo. Estigmatizar a una minoría étnica asociándola con un determinado oficio es una de ellas, es algo así como que el de la bodega de la esquina ‘de hecho es chino y fuma como loco, sobre todo si está en quiebra’. Y ni todos los chinos tienen bodega, ni todos fuman, por lo que sería un error asociar esas actividades con su origen étnico. Con los negros pasa lo mismo, sin ir muy lejos entre nosotros y entre broma y broma, alguna vez me dijeron eso de ‘portero de hotel o de casino’.”
El tenía razón (bueno, la tiene) y me comentó algo muy interesante cuando le pregunté si él podría considerar como discriminatorio (en la noticia) el hecho que podían existir personas no negras mucho más fuertes que algunos de los cargadores de ése color y que por su pigmentación no podrían acceder al trabajo: “el problema del racismo, es la negación: ‘¿racismo? ¿En el Perú? Imposible. Eso no existe’, es lo que te dicen. Y claro si no empiezas por reconocer el problema, jamás lo vas a solucionar”. Y como dato curioso añadió “¡Ah!, pero los que cargaron el cajón de mi viejo y el chofer de la limosina eran blancos...”.
Ayer cuando me encontré con semejante ambiente festivo en MISTURA, me detuve a analizar que uno de los grandes hilos conductores, mediante el cual podemos coser los dispersos retazos de piel multicolor que dividen a nuestra nación, es la gastronomía. MISTURA no es un gran food court de moda y a bajo precio. Es la expresión de nuestra cultura tildada por un revoltijo de razas, creencias, costumbres y cosmovisiones; es sin duda alguna, un encuentro que nos ayuda a seguir consolidando nuestro patrimonio cultural inmaterial, en torno a nuestra completísima y variopinta gastronomía. Pero más que eso, es un punto de encuentro entre todas las razas y condiciones sociales, sin mirarnos por debajo o encima del hombro. Es como alude su mismo nombre: una verdadera MIXTURA.
Estuve con rumbo a la salida cinco veces, y cuatro de ellas me detuve una vez más para gozar con algo nuevo que no había visto o probado. Una de esas paradas –ya de noche- encontré un cartel en homenaje a los campesinos del Perú. El mismo Gastón Acurio, gran artífice de toda esta maravilla, escribía en dos líneas: “En este importante momento que vive nuestra gastronomía los grandes olvidados son los campesinos. Sin ellos nuestra cocina simplemente no existiría”. En ese cartel uno podía escribir alguna palabra de agradecimiento para ellos. Claro que lo hice (y firmé como Pichilon), pero junto al nombre de Gastón (que lo pueden escuchar en la entrevista que le hizo Rosa María Palacios en: 1/2 y 2/2), anoté: “gracias a ti, por todo esto…”, y, después de leer este post (si es que llegaron hasta aquí), podrán comprender que no me refería solamente a la comilona... ¡POSITIVO GASTON!